¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo
quien volviese y diese gloria a Dios sino éste...?" (Lucas 17:17-18)
PASAJE COMPLEMENTARIO: Salmo 100:1-5
Una de las virtudes más valiosas del ser humano es la gratitud. Este
pasaje nos narra la historia de diez hombres que habían caído en una terrible
desgracia: eran víctimas de la lepra. Esta, era una enfermedad verdaderamente
terrible, incurable y progresiva, que afectaba la piel produciendo grandes
placas blanquecinas sanguinolentas que finalmente desprendían fragmentos de
piel y tejidos afectados. Por supuesto, estos hombres eran rechazados por la
sociedad, tenían que mantenerse aislados del resto de la gente, aun de su
familia y amigos. Las leyes eran tan estrictas para evitar el contagio, que si
algún enfermo se acercaba a una población más de la distancia permitida, era
apedreado.
En estas circunstancias, el Señor Jesús encontró a estos hombres, un día
que caminaba hacia una aldea entre Samaria y Galilea. Seguramente habían
escuchado hablar del Maestro de Galilea, el hijo del carpintero, cuya fama se
había extendido por toda la región, pues no había espíritu o enfermedad que
pudiera resistirle. Sabían que era su única esperanza. Así, que quizá les
esperaban; quizá lo habían hecho durante muchos días, esperando verlo por allí.
Nos cuenta la historia que estos hombres alzaron la voz y clamaron de lejos a
Jesús que tuviera misericordia de ellos. Jesús los vio, se acercó rompiendo las
normas que prohibían el contacto con ellos, y les habló, dándoles una
indicación de ir a presentarse delante de los sacerdotes. Y sucedió lo más
maravilloso: mientras caminaban fueron sanos, limpios de la terrible
enfermedad.
Aunque inesperada y riesgosa la orden, ellos obedecieron, empezando a
experimentar en sus cuerpos, algo extraordinario: estaban siendo limpios de su
enfermedad, la lepra estaba desapareciendo prodigiosamente. Era verdad, Jesús
era el hijo de Dios, Dios mismo; sólo Él podía haber hecho semejante milagro.
Así que uno de ellos, al darse cuenta de su sanidad, volvió gritando, dándole
la gloria a Dios y buscando a Jesús para expresarle su amor y su profunda
gratitud. ¿Qué cree que pasó con los otros nueve?
Seguramente también nosotros hemos visto en múltiples ocasiones la
misericordia de Dios en nuestras vidas pero con un espíritu ingrato, no
reconocemos la misericordia de Dios. Llegó el momento de ejercitar la mejor
terapia para la salud espiritual: Dar Gracias. Recuerde que el leproso
agradecido no sólo fue sano, también fue salvo desde aquel momento. Qué
relación tan estrecha hay entre la gratitud y la salvación. ¡Nunca lo olvide!
HABLEMOS CON DIOS
“Amado Señor, en este día quiero pedirte perdón por las múltiples
ocasiones en que has estado allí cuidándome, protegiéndome, amándome, sin que
siquiera lo notara o estuviera interesado en reconocerlo y mucho menos, en
agradecértelo. Te pido con todo mi ser, que me enseñes a vivir permanentemente
agradecido. Así disfrutaré de tu maravillosa salvación. Amén”
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